2º A: CLASE DEL 21 DE ABRIL DE 2020

¡Buenos días!
Si recordáis, el pasado viernes comenzamos con la lectura de El Cid. Habíamos comenzado el capítulo del Destierro, en el que habíamos visto que El Cid está a punto de tener que abandonar su casa. Vamos a continuar donde lo dejamos: 
Don Rodrigo se limitó a asentir con la cabeza, procurando contener la emoción. Después, ensilló a Babieca, su hermoso y altivo caballo, y se ciñó en los talones de las botas sus brillantes espuelas de hierro. 
- Tenéis razón, señora. Mis oraciones os harán compañía hasta que vuelva a casa o envíe a alguien a buscaros para que os unáis a mí. ¿Quién sabe? Quizá en mi ausencia encuentre un marido adecuado para cada una de nuestras hijas. ¿Qué decís vos a eso, don Sancho?
El abad se colocó tras el caballo de don Rodrigo, de modo que nadie pudiese ver las escasas monedas que el señor de Vivar le entregaba. 
- Ahí tenéis toda la hacienda de la que dispongo - dijo el caballero -. Pase lo que pase, cuidad de mi esposa y mis hijas. En cuanto me sea posible os enviaré más dinero. 
El monje se había inclinado para besar la mano de don Rodrigo cuando su boca dejó escapar una sonora carcajada: 
- ¿Y qué haréis para conseguir dinero? - preguntó -. ¿Esquilar corderos para los moros? ¿Plantar trigo y calabazas en el predio de un infiel? Sé muy bien el tipo de aventuras que buscáis... Pero, decidme, ¿cómo pensáis pagar a vuestros hombres y proporcionarles alimentos si me entregáis a mí toda vuestra fortuna?
- No os preocupéis por eso - respondió don Rodrigo -; tengo ciertos planes. ¿Veis ese baúl forrado de cuero repujado que está atado a la mula gris?
El abad echó un vistazo al baúl mientras don Rodrigo se inclinaba hacia el monje para susurrarle algo al oído. 
- Veo que, a pesar de vuestro destino adverso - sonrió el abad tras escuchar al caballero -, no habéis perdido vuestro sentido del humor. Pero es mejor que no malgastéis vuestro tiempo contándome artimañas de villanos- Cuando mañana salga la luna, tenéis que haber abandonado Castilla, so pena de muerte, así que es mejor que partáis cuanto antes. 
Don Sancho bendijo a su amigo con la señal de la cruz. 
- Sois rico en amigos, pero pobre en oro - le dijo a continuación -. Os confieso que temo por vos. Pero, si ponéis tierra de por medio, la ira de rey no logrará alcanzaros. 
Don Rodrigo asintió con la cabeza y chasqueó la lengua para poner su caballo al trote. No se atrevió a mirar hacia atrás ni agitó la mano al salir de Vivar. A duras penas podía soportar el dolor de separarse de su amada familia. Tenía los ojos bañados en lágrimas y sentía en el corazón la grave congoja de verse desterrado para siempre. 
- ¡Levantad el ánimo, don Rodrigo - le alentó Álvar Fáñez -, que no hay hombre nacido de mujer con más temple y valor que vos! Bien sabéis que Dios proveerá y que pronto os reuniréis con vuestra familia.